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SOCIEDAD

29 de julio de 2021

La conmovedora historia de Jairo y su esposa Teresa

Teresa: una larga batalla que emprendieron juntos, un amor incondicional hasta el último suspiro

Estuvieron juntos más de 50 años, tuvieron cuatro hijos y siete nietos. La española murió ayer, después de una década de lucha contra una enfermedad crónica 

Sentado al lado de la cama, rodeado de médicos y enfermeros, Jairo toma su guitarra. En la habitación matrimonial de su casa, allí donde se montó una sala de hospital, retumban los primeros acordes. Teresa no puede hablar pero escucha en silencio lo que se ha convertido en un ritual para ellos. Y puede que hasta se le dibuje una sonrisa cuando ese hombre que conoció medio siglo atrás empieza a cantar su tema favorito, aquel que le dedicara en 2009, poco antes de que se enfermara. En ese cuarto, más propio de un sanatorio que del hogar que sigue siendo, Jairo canta entonces Los Enamorados. Para ella, y solo para ella. “No me dejes nunca, no me dejes solo, no me dejes. Teneme apretado, decime amor mío. Decilo de nuevo, te quiero, te quiero...”.

Quién sabe cuántas veces se lo cantó. Pero llegó el día en que lo hiciera por última vez. En la noche del miércoles 28 de julio el corazón de Teresa dejó de latir.

Se conocieron en España y no se separaron nunca más. Formaron una numerosa familia: fueron padres de Iván (48 años), Yaco (45), Mario (43) y Lucía (36), quienes les dieron el título de abuelos con Juana (20), Francisco (15), Lorenzo (10), Ulises (siete), Alessia (seis), Filippo (cuatro) y Leonardo (dos meses). 

50 años de amor, cuatro hijos y siete nietos marcaron la romántica y conmovedora historia de Mario Rubén González -según se lee en el documento de identidad del artista- y la española Teresa Sainz de los Terreros. Inauguraron miradas una Navidad en Madrid, allá por la década del 70. Fue un flechazo: un auténtico amor a primera vista.

Por ese entonces, él tenía 22 años y ella, 20. Él acababa de lanzar su primer disco y había debutado en la televisión local hacía quince días. Curiosamente -o no- ella vio dicha aparición desde su casa, mientras comía con sus padres y hermanos, integrantes de una familia tradicional, monárquica (con abuela marquesa). Su padre pidió silencio, subió el volumen y escuchó al joven que luego se convertiría en un artista multripremiado. ¿Quién hubiera creído que aquel cantante argentino que había visto del otro lado de la pantalla estaría en la casa de Madrid de sus ex compañeras de colegio, con las que se había reencontrado casi por casualidad días atrás? 

Lleno de proyectos y apostando a su carrera musical, Jairo estaba solo en la capital española. Allí, forjó una amistad con dos mujeres que lo invitaron a una fiesta de Navidad el 25 de diciembre. De ante mano, su intención era que el músico conociera a su ex compañera de colegio. ¿El motivo? Él solía hacer un dibujo de una persona que ellas vieron parecida a Teresa. En la hoja, tenía ojos grandes azules, con las manos en los bolsillos. Y si bien para él era un hombre, a sus amigas les hacía acordar a su ex compañera de colegio.

Teresa y Jairo se conocieron en aquella fiesta. Con el tiempo, el músico logró perder la timidez que lo caracterizaba por esos días y que lo llevó a no dirigirle la palabra a la mujer, excepto el cordial saludo de bienvenida. Sus amigas le sugerían que le hablara, que no dejara pasar la oportunidad. A él le gustaba, pero no sabía cómo entablar un diálogo. Hasta que ella anunció que se iba y el músico, ya sin dudar, le preguntó si podía acompañarla hasta su casa.

Aquella caminata -como dice la letra de Los Enamorados- fue despacio. Disfrutaron de cada paso que dieron durante las cinco cuadras que había hasta el hogar de la familia Sainz de los Terreros, en donde quince días atrás lo habían visto cantar en televisión. Antes de llegar, Teresa le preguntó por qué no hablaba e intentó buscar temas de conversación interiorizándose por la Argentina: le preguntó si nevaba mucho. Titubeando, el músico no pudo responder más que un “no sé, qué se yo.. Sí, en el sur”. Su respuesta no conformó a la joven española que buscó romper el hielo contándole que lo había visto cantando en televisión.

Cuando llegaron a la puerta de la casa de Teresa, Jairo la invitó a un programa de radio al que debía asistir la mañana siguiente en la Plaza de Santa Ana, en el barrio de Cortes, en el centro de Madrid. Ella dudó en un principió pero terminó aceptando la propuesta. Luego de aquel compromiso laboral, fueron a un bar a tomar algo con otros músicos. Y desde entonces, se vieron todos los días.

Después de un año y ocho meses juntos -sin ponerle título a su noviazgo- Teresa sorprendió a su familia, y al propio músico, al anunciar su casamiento. Claro que ellos ya habían hablado de su intención de pasar juntos el resto de su vida, pero hasta entonces no había sido más que un proyecto. Por caso, siquiera habían acordado alguna fecha para sellar su amor. Mucho menos, comunicarlo a sus seres queridos. De todas formas, él estaba feliz. Era, quizás, el empujón que necesitaba.

La boda fue en mayo de 1972, hace casi cinco décadas. Años más tarde, se mudaron a París, en donde vivieron en Saint Germain en Laye -al oeste de la capital francesa- y en la década de los ‘90 cambiaron de rumbo y se instalaron en Vicente López, en zona norte de Buenos Aires.

Jairo asegura que Teresa fue su musa y que sin ella no hubiera alcanzado el éxito en su carrera musical. Lo acompañó, lo impulsó y fue su admiradora número uno. “Ella ha sido una compañera extraordinaria. Y ha sido una madre magnífica también. Nunca me voy a cansar de repetir que todo lo bueno que tienen mis hijos en su vida, su mentalidad, su formación, su educación y demás, se lo deben en un gran porcentaje a ella”, dijo el músico durante entrevista en la que se conmovió hasta las lágrimas al hablar de su mujer.

Los últimos 10 años, Jairo estuvo al lado de su esposa, que enfrentó distintos problemas de salud: un EPOC Gold 1 como enfermedad de base fue complicando su cuadro que, además, pasó por dos cánceres. “Es una enfermedad respiratoria muy grave. Eso significa que vive con un porcentaje mínimo de los pulmones. Y además ha tenido un cáncer en el piso de la boca, ha tenido cáncer de mama. Ha tenido una gran cantidad de cosas que a lo mejor no han sido a consecuencia de eso, pero a lo mejor sí. La cuestión es que eso la tiene un poco postrada y está impedida de muchas cosas”, lamentó el músico a fin del año pasado.

A pesar de haberse visto obligados a cambiar la rutina de su hogar -en especial durante la cuarentena por la pandemia del coronavirus- la relación entre Jairo y Teresa no cambió. Mucho menos, su amor. Al punto tal que él afirmaba que no podía vivir uno sin el otro. Ayer, el cuerpo de Teresa se cansó de luchar contra la enfermedad crónica que la tuvo postrada en el último tiempo y murió en su casa, en donde cursaba una internación domiciliaria desde hace años.

“Rogamos por su descanso en paz tras años de lucha conmovedora y desigual contra la enfermedad. Gracias por el respeto”, dijo el cantante a través de un comunicado en el que expresó su “dolor infinito”.

Es que Teresa fue su primera novia, su primera mujer, la más importante en su carrera, su musa. Su relación era pura y perfecta. Y su amor, irrepetible. Hoy debe enfrentar el dolor de saber que no podrá sentarse al pie de la cama y cantarle Los Enamorados a su amada, quien lo incentivó a ser el músico que es hoy y que buscará consuelo en cada recuerdo y en cada mirada de sus hijos y sus nietos.“Los enamorados se miran de frente, caminan despacio. Se besan de lado, ocupan el mundo, se prestan el alma, los enamorados...”. Jairo la seguirá cantando. Allí donde esté, Teresa lo escuchará. Fuente Infobae

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