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9 de agosto de 2020

Solo 10 muertos y menos de 2000 contagios: cómo hizo Islandia para domar al coronavirus

El país nórdico no solo logró aplanar la curva, prácticamente lo eliminó a base de una estrategia masiva de testeos gratuitos y disponibles para todos. También implementó medidas innovadoras para localizar y aislar nuevos contagios

A solo 2800 kilómetros del polo Norte existe una pequeña isla que en medio de esta pandemia por coronavirus, ha logrado domar a la enfermedad COVID-19. Se trata de Islandia, un país insular nórdico lleno de enormes glaciares, que se caracteriza por su espectacular paisaje de volcanes, géiseres, termas y campos de lava y que en los últimos años se destacó por su desarrollo productivo, aunque ganó mucha popularidad cuando participó del último Mundial de Fútbol Rusia 2018, en donde enfrentó a la Argentina con el resultado 1 a 1.

En esta remota isla salpicada de fiordos e iluminada por auroras boreales, en la que viven 341.459 almas, se reportaron hasta ayer solamente 1952 contagios y 10 muertes por COVID-19. Para intentar hallar una respuesta de los escasos contagios que se produjeron en este territorio de escasos 103.000 km2 (casi del tamaño de la provincia de Catamarca, que tiene 102.602km2), hay que apelar a la estrategia que implementó el gobierno islandés desde el primer momento, mientras observaba allá por febrero último, cómo el virus causaba estragos en la Europa continental. 

Islandia informó de su primer caso el pasado 28 de febrero. Se trataba de un hombre de unos 50 años que había viajado al norte de Italia a esquiar en las Dolomitas, un exclusivo centro de esquí italiano en los Alpes. Según investigó la policía de Islandia, el hombre regresado a la isla varios días antes de ser diagnosticado. Durante ese tiempo, había hecho todas las cosas que la gente hace normalmente: ir a trabajar, reunirse con colegas, hacer compras y más.

Inmediatamente, el equipo médico y policial creó una lista de 56 nombres con los que el primer paciente positivo de COVID-19 había interactuado. A medianoche, todos estos contactos habían sido localizados y comenzaban una cuarentena de 14 días.

Tras ese positivo, se notificaron 3, luego 6 y después muchos más. A mediados de marzo, los casos confirmados de coronavirus aumentaban a casi 100 por día. Como proporción de la población del país, esto fue mucho más rápido que la tasa a la que luego crecerían los casos en los Estados Unidos. Los contagios se multiplicaban a un ritmo frenético en la isla, y los aislamientos personales obligatorios ordenados por las autoridades seguían ese patrón. 

El equipo de rastreo trabajaba por turnos en un hotel vacío de la capital Reikiavik que había cerrado por falta de turistas. Escanearon las listas de pasajeros recientemente arribados, estudiaron quién estaba sentado al lado de cada uno. Lo mismo en colectivos, conciertos y cualquier actividad social donde se podía investigar y relacionar personas que reportaban síntomas febriles. Al mismo tiempo, el país realizaba pruebas agresivas de detección del virus siguiendo la recomendación de la Organización Mundial de la Salud: “test, test y más test”.

Islandia nunca impuso una cuarentena o aislamiento social preventivo y obligatorio. Del 24 de marzo al 12 de abril se prohibieron las reuniones de más de 20 personas, se instauró la separación mínima interpersonal de dos metros y cerraron algunos comercios potencialmente peligrosos para contagiarse, como clubes nocturnos, gimnasios, museos, cines o salones de belleza y el seguimiento de casos estrechos en forma tenaz, mientras seguían los test masivos para hallar los casos asintomáticos y frenar los contagios. 

El primer programa de detección general comenzó el 31 de enero, antes incluso de que la enfermedad hubiera sido bautizada como COVID-19. Esto permitió por ejemplo que alrededor del 50% de los nuevos casos ya estaban en cuarentena en el momento del diagnóstico.

“La realización de muchas pruebas exhaustivas, no solo a individuos de alto riesgo o con síntomas, sino también a la población en general fue la principal estrategia en Islandia para frenar al coronavirus”, explica Jóhanna Jakobsdóttir, profesora de bioestadística del Centro de Ciencias de la Salud Pública de la Universidad de Islandia y parte del equipo de respuesta al COVID-19 en el país nórdico.

Islandia fue uno de los pocos países del mundo, tal vez el único, que comenzó a testear a la población mucho tiempo antes de que el primer caso apareciera. Su condición de que su territorio sea una isla, también ayudó a implementar la estrategia de testeos a toda persona que pisaba el país, ya sea por medio de aviones o barcos. 

Según la epidemióloga Kristjana Asbjornsdottir, profesora de la Universidad de Washington, ha sido considerada como “única en el mundo”. Hasta ayer, Islandia había realizado 152.654 test en 345.000 personas que la habitan. Es decir que más de la mitad de su población ya ha sido testeada por COVID-19. Este dato hace que el país lidere el ranking mundial de test por millón de habitantes, lo que ha permitido controlar todos los posibles brotes.

Pero a mediados de marzo, mientras los casos aumentaban, el gobierno islandés comenzó a testear no solo a potenciales contagios o personas con síntomas, sino a todo aquel que quisiera a fin de conocer el alcance del virus y su extensión en la población. Además de estas pruebas masivas y gratuitas, otra medida eficaz implementó Islandia: rastrillaje, localización y aislamiento de futuros nuevos contagios, muchas veces antes de que expresaran síntomas leves.

Otra medida tomada por el gobierno y que funcionó, fue que las autoridades decidieron aislar las poblaciones de riesgo desde la detección de los primeros contagios, como por ejemplo los geriátricos y los hospitales, que permanecieron cerrados a la población general para proteger a las personas mayores, principales víctimas de la pandemia. 

Según cifras del gobierno, Islandia solo cuenta con 30 camas de cuidados intensivos con respiradores para atender casos potenciales de COVID-19, por eso la implementación urgente de medidas para detectar y asilar fue la prioridad.

Ahora, que parece haber dejado atrás al virus, Islandia afronta el reto de recomponer su economía golpeada como en todo el mundo. Una economía que alrededor del cuarenta por ciento de sus ingresos proviene del turismo, con casi dos millones de turistas extranjeros que la visitan cada año. Muchos de los cuales optarán por quedarse a vivir allí después de haber leído el último ranking efectuado por la revista The Business Insider, que esta semana elaboró un listado de 20 posibles países para forjarse un nuevo destino una vez que pase la pandemia, y tiene a Islandia en el puesto 16. Fuente Infobae

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