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23 de septiembre de 2020

En los últimos 139 años, Argentina cambió 5 veces de moneda

Por qué podría estar cerca la sexta denominación

La economía local arrastra desde fines de los 60, para no ir más lejos, un problema estructural que es el de no haber encontrado la fórmula de política económica aceptada como premisa inviolable por parte de la dirigencia política del valor de la estabilidad de la moneda, salvo raras excepciones; es decir, de evitar el descontrol inflacionario, el cual siempre tiene origen en el exceso de gastos del gobierno por sobre su capacidad de recaudar impuestos, en parte por ineficiencia para combatir y desalentar la actividad informal, y en parte, por el exceso de presión tributaria –más de 166 gravámenes en todo el país, y se aspira a votar el 167–, que llevó al empobrecimiento generalizado.

La casi única excepción fue en los 90 con el corsé monetario, pero no de deuda, que posibilitó reconocer el bimonetarismo, es decir, la coexistencia sin restricciones del peso como unidad de cuenta y el dólar como reserva de valor y medio de pago para las transacciones relevantes, como la escritura de compra y venta de un inmueble o de un auto y gastos de turismo internacional, con libre entrada y salida de capitales, y transitoriamente en el comienzo del corriente siglo, pero sin bases sustentables. Y ahora pareciera aproximarse aceleradamente el camino para el sexto cambio del signo monetario, el cual siempre ha sido el mismo, aunque se le cambiara el nombre para justificar la quita de ceros a la moneda precedente, 13 en total: 2 en 1969, con la Ley 18.188 que trocó m$n 100 (pesos moneda nacional que regía desde 1881) por “$1 Ley” desde el 1 de enero de 1970. Luego se quitaron otros 4 ceros con el reemplazo a partir del 1 de junio de 1983, último año de gobierno de facto, por el Peso Argentino, al fijar una equivalencia de $a 1 por $10.000 Ley. Al año y medio de la reinstauración de la democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín, bajo la conducción económica de Juan Sourrouille estableció la quita de otros 3 ceros a partir del 15 de junio de 1985 con el lanzamiento del Austral al canje de ₳1 por $a 1.000. Y se completa la saga a partir de enero de 1992 cuando entró en vigencia la reglamentación de la Ley de Convertibilidad del Austral 23.928 del 27 de marzo de 1991, por parte del primer gobierno de Carlos Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, y quitó otros 4 ceros, al establecer una paridad de $1 por ₳10.000, y el sellado transitorio de los billetes con la leyenda “Convertibles de curso legal”. Así, $1 actual, apenas permite adquirir menos 1 centavo de dólar, sustituyó a m$n 10.000.000.000.000 (10 billones) del primer signo monetario. Esa fue, en forma muy simplificada, la forma de graficar la pérdida de valor, no solo reflejada en su comparación con el dólar sino con la nominalidad que lleva hoy a cotizar, por ejemplo, en “millones de pesos” el precio de alquiler por un mes de una casa de veraneo estándar para las próximas vacaciones o de un auto de gama media

Siempre hay excepciones, en este caso el salario medio de la economía que se ubica en poco más de $60.000 de bolsillo, y de los haberes de la mayor parte de los jubilados y pensionados que no llega a $19.000, los cuales son los clásicos perdedores en una economía con alta inflación, tanto cuando se acelera, porque ajustan con rezago, como cuando aminora, como ocurrió en los últimos meses, porque el gobierno de turno, que casi siempre administra recursos escasos, interrumpe las cláusulas indexatorias en base al pasado, y cambian la fórmula para pagar menos.

También es una señal que parece anticipar la llegada de un cambio de signo monetario cuando el Banco Central se ve forzado a ampliar el menú de billetes con mayor valor unitario para facilitar las transacciones, y saca de circulación las de menor nominalidad, como fue con el caso del billete de $2 en 2018 y más recientemente de $5, porque habían caído al equivalente a menos de 2 y 5 centavos de dólar respectivamente. Si bien siguen vigentes las monedas, ahora valen más por su contenido metálico que por su poder de compra. Así, el BCRA se prepara para lanzar un billete de $5.000, equivalente a unos USD 34, porque el actual máximo de $1.000 no alcanza siquiera para adquirir USD 8 para ahorro, cuando en el mundo es moneda corriente que las nominaciones más altas en manos del público sean equivalentes a 15 o 25 veces más. Otra señal anticipatoria de un cambio de signo monetario en un tiempo cercano es la velocidad no solo de aumento nominal del gasto público –al rango de los 14 dígitos para 2021, se aproxima a $10 billones–, sino la multiplicación por 10 del déficit fiscal en agosto respecto del registrado un año antes, más allá del fenómeno de la erosión de los ingresos tributarios por la cuarentena y depresión económica, y expansión del gasto social para cubrir las necesidades de los sectores más postergados, porque se financia en más de la mitad con emisión del Banco Central, y prenuncia más inflación en perspectiva. De ahí que periódicamente, pese a la resistencia de la política por reconocer sus fracasos en evitar el deterioro de la moneda, el Central decide el lanzamiento de billetes de mayor nominación, aunque de poco valor adquisitivo. Desde el 5 de noviembre de 1881 hasta el presente en la Argentina se cambió 5 veces el signo monetario, con una vida promedio de 29 años, como la actual que rige desde el 1 de enero de 1992. ¿Cada vez está más cerca la llegada de la sexta? Así parecen indicarlo la sostenida depreciación de la capacidad de compra que le asesta un ritmo inflacionario firme en el rango de los dos dígitos altos y la consolidación en tres cifras de la cotización del dólar para ahorro y transacciones financieras. Fuente Infobae

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