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SOCIEDAD

28 de septiembre de 2017

Viaje al pasado

tras casi 60 años, el Transbordador de La Boca volvió a funcionar

Diego Rodríguez miraba a sus hombres en lo alto. Cincuenta sombras negras recortadas en el cielo. Trepadas a lo largo de un dinosaurio metálico de 43 metros de altura. Sujetas de arneses a guinches, a escaleras; asomadas a barandas reproducidas por cien; rodeadas de poleas, planchas de hierro, vigas, tornillos de cabezas gigantes (roblones), y tiras y tiras de metal. Pensaba: ¿Cómo hacían? ¿Quiénes eran los hombres capaces de levantar, a principios de 1900, el Transbordador Nicolás Avellaneda? Un puente de más de 100 años que unió lo que el brazo del Riachuelo separa: La Boca e Isla Maciel."Subían y caminaban por la cornisa sin arnés. No tenían casco, apenas un gorro. Para la instalación del puente abrieron el lecho del Riachuelo con dinamita, pero también excavaron a mano”, dice Rodríguez. Bajo su inspección estuvieron los soldadores, pintores y restauradores de la estructura, inutilizada desde 1960. “Es un honor continuar con el trabajo de aquellos obreros. Somos la segunda generación”. Está en la sala de máquinas, un espacio al que se accede trepando una escalera vertical. El aire huele a combustible. No lo destilan los dos motores eléctricos que alimentan al transbordador, sino los paños con los que tres personas desengrasan los ventanales de la sala. Hay un engranaje grande como el de Tiempos Modernos, válvulas, un freno electromecánico, un tablero digital y un tambor en el que se enrolla un cable grueso, el que sostiene la barquilla -una especie de canasta- en la que en minutos serán transportados siete periodistas.Un monumento vacío. Un símbolo roto. Por casi 60 años, eso fue. Pero el Puente Transbordador de la Boca se empeñó en persistir, como el hierro o el uranio. Está ahí, pintado de gris nube, su color original. Listo para su primer viaje. Son las 12 y, en el cruce de Pedro de Mendoza y Almirante Brown, al pie del transbordador, un grupo vestido de naranja fluorescente ultima detalles: bloquean el paso hacia un sector del río, pintan caños, refuerzan la puerta de la barquilla. Dos personas no llevan uniforme. Son un hombre con handy en la mano y una mujer con el pelo recogido, zapatos y cartera al hombro. Es la ingeniera vial a cargo de la supervisión de la obra: Angélica Caro. Una mujer que creció en las construcciones en las que su padre era capataz, que se recibió en la UTN, que formó a la mayoría de los que participaron en la recuperación del transbordador. Una mujer, detrás de la resurrección del puente.A las 12:40 al hombre del handy le anuncian desde la sala de máquinas que el transbordador está listo para unir los 60 metros de agua -algo así como el ancho de la Bombonera- que separan La Boca de la Isla Maciel. Un cruce entre Capital y Avellaneda, y viceversa. Periodistas, mujeres y hombres dedicados al cálculo, funcionarios de Vialidad -a cargo de la restauración bajo la órbita del Ministerio de Transporte de la Nación- entran a la barquilla. Una plataforma con piso de madera, portones de hierro y techo acanalado, que pende de una viga horizontal, 40 metros arriba.“El óxido y el paso del tiempo no son amigos”, dice dentro del “corralito” Juan Alberto Ruiz, jefe del primer distrito de Vialidad Nacional en Buenos Aires. En 104 años la degradación se posó en especial en la barquilla y la parte baja del puente, donde la corrosión del Riachuelo fue más poderosa. Para combatirla obreros provistos de mangueras lanzaron a gran velocidad arena silícea -un tipo de abrasivo- junto con aire en toda la estructura. Así barrieron el óxido.Fueron seis años de obra para esto: un cruce sobre el Riachuelo de cuatro minutos entre costa y costa, lento gradual; suficiente para mirar pasar el bote lleno de chicos de guardapolvo blanco; para tomar fotos en las cuatro caras de la barquilla; para ver el movimiento de las aguas marrones y no oler podredumbre, pero imaginar la contaminación de los barros. Cuando en 1913 se inauguró el transbordador, el progreso parecía imparable. “Es el símbolo de una época en la que el país era muy pujante. Exportador”, agrega Rodríguez, el hombre que durante los arreglos se detenía a mirar a su personal a cargo. Es que a principio del siglo XX el movimiento de trabajadores de una orilla hacia la otra era vital para los astilleros, las carboneras y el frigorífico Anglo, que llegó a tener 15.000 empleados. En la barquilla por viaje entraban cuatro carros con sus caballos y 30 personas.El Transbordador de La Boca ilustra la historia de Argentina. Se pensó en 1904. Se trajeron las piezas en barco desde Inglaterra y se armó en la costa del Riachuelo como un mecano. Desde 1940, cuando se dio paso al nuevo puente vehicular Nicolás Avellaneda, perdió valor. Y en 1960 cerró. En 1993, el gobierno de Carlos Menem quiso venderlo como chatarra. Los vecinos y miembros de la Fundación x La Boca lo impidieron. Mañana, en la Usina del Arte, parte de aquellos que dijeron “no” se reunirán en el Congreso Internacional de Transbordadores, al que asistirán 25 extranjeros. Hay un propósito: crear un consorcio entre los ocho transbordadores que quedan en el mundo y presentarlos como candidatos al Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. El de La Boca es el único en América.Convocatoria: Más de 7.000 vecinos se anotaron para subir mañana al Transbordador. Quince personas -con un acompañante- quedaron seleccionadas a través de un sorteo. La dinámica fue la misma que se implementó para elegir a los vecinos que subieron a la cima del Obelisco y para los que participaron de los viajes en los vagones La Brugeoise del subte A. Fuente Clarin

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