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16 de octubre de 2016

UN REPASO A LA HISTORIA

La gestación del 17 de octubre: un giro histórico

 El 25 de febrero de 1944, Edelmiro Julián Farrell asumió la presidencia de la Nación. Era, en palabras de Juan Perón, un hombre “cabestriador”. Sin muchas luces podía, a juicio de Perón, “entrenar y conducir a un caballo retobado”. Pero hubo un día en que perdió las riendas...

Ricardo De Titto

Especial para “La Nueva.”

Una sorda lucha por el Ministerio de Guerra se inició cuando Farrell asumió la presidencia. Tres meses después, una situación parecida se dio en referencia la vicepresidencia de la Nación. Perón logró derrotar en ambas situaciones a sus ocasionales contendientes, los generales Juan C. Sanguinetti y Luis C. Perlinger. Cuando Perón fue nombrado vicepresidente, el 8 de julio de 1945, su influencia directa se proyectaba ya sobre las organizaciones gremiales desde la Secretaría de Trabajo, era animador indiscutido en el ejército desde el ministerio de guerra, y su influencia estratégica crecía notoriamente desde el Consejo de Posguerra. Con el nuevo cargo, Perón se convertía en el reaseguro personal sobre cualquier eventualidad de relevo del presidente.

La inestabilidad y las convulsiones que derivaban en peleas por espacios de poder fue un rasgo que pintó los poco más de dos años de gestión de Farrell. Habiendo en total ocho ministerios y tres secretarías de un rango cuasi ministerial, rotaron en total cuarenta funcionarios a la cabeza de ellos lo que forma, en los hechos, cuatro equipos completos recambiados si se atiende que en Obras Públicas se dio la rara excepción de que Juan Pistarini -también último ministro del área de Ramírez y primero de Perón– permaneció en el cargo durante todo el período. En los sucesivos gabinetes varios radicales ocuparon carteras. La mayoría de ellos terminaron “peronizados”, como Juan Hortensio Quijano, el doctor Armando G. Antille y Juan I. Cooke.

El prestigio creciente de Perón se había puesto a prueba ya el 26 de noviembre de 1944, cuando la secretaría a su cargo -la de Trabajo y Previsión- conmemoró su primer aniversario. Rodeado de decenas de nuevos dirigentes sindicales, la mayoría jóvenes, combativos y esperanzados, el secretario los entusiasmó con nuevas ideas: “Buscamos suprimir a lucha de clases, suplantándola por un acuerdo entre obreros y patronos, al amparo de la justicia que emana del Estado”. Estas palabras significaban una ruptura drástica con el pasado anarquista, socialista o comunista que caracterizaba a las anteriores direcciones sindicales.

Los términos clasistas, de todos modos, hacía bastante que solo perduraban en las canciones. Los partidos socialista y comunista integran la Unión Democrática en alianza con la democracia progresista y apoyando candidatos de la UCR. En febrero de 1946, por ejemplo, uno de los principales dirigentes del PC, Rodolfo Ghioldi, sostenía: “Estamos aquí (en la UD)escribiendo el epitafio electoral del fascismo aborigen. Es el triunfo de la unidad argentina por sobre las clases y las tendencias y al que concurrió con resolución nuestra heroica clase obrera”. El 31 de agosto de 1945, en el Luna Park, había aseverado: “No somos radicales, pero tampoco antirradicales; no somos conservadores, pero tampoco anticonservadores”. Tal postura no es sino una traslación a la esfera local de los pactos de posguerra celebrados en Yalta (febrero de 1945) y Potsdam (julio-agosto) por Churchill, Roosevelt, De Gaulle y Stalin, los aliados vencedores de la guerra.

El Consejo de posguerra

En agosto de 1944 fue creado el Consejo Nacional de Posguerra orientado por Perón. El objetivo del organismo era planificar medidas estratégicas para la etapa siguiente. Lo destacable es que desde este Consejo se insinuó el papel que el Estado jugaría en las siguientes décadas. Pero, además de analizar el presente para pensar el futuro, el Consejo orientó medidas en lo inmediato y funcionó casi como un verdadero gobierno paralelo al de Farrell por la magnitud de medidas que impulsó. Allí creció la figura de un estadígrafo español, José Figuerola y del industrial hojalatero Miguel Miranda, quien dos años después será bautizado como el “mago de las finanzas” del primer gobierno de Perón. La inestabilidad de los ministros de Hacienda -el promedio de duración en el cargo fue de cinco meses- es comprensible dada la abierta injerencia del Consejo “peronista” en sus decisiones.

Una de las batallas que enfrentó al elenco oficial del presidente con el del consejo de Perón fue el tema agrario. El Consejo Agrario, entidad oficial que recomendaba medidas profundas en el este aspecto, fue reducido a mera dependencia del Banco de la Nación por exigencias del equipo económico de Miranda, que recelaba de las audaces propuestas del Consejo.

Aun con este andar complejo, algunos logros importantes se concretaron durante el gobierno de facto. A instancias de Perón, Farrell dictó el decreto 33.302 que, desde diciembre de 1945, obligó al comercio y a la industria a pagar el aguinaldo a empleados y obreros. La actividad industrial orientada a sustituir importaciones debido a la guerra alcanzó a producir casi la mitad del volumen total de la renta nacional. Un dato poco 

destacado en general es que una quinta parte de las exportaciones lo constituían productos industriales. En octubre de 1945, los Altos Hornos de Zapla, en Jujuy, concretaban la primera colada de hierro. A propósito, señala Félix Luna, “los apologistas de Perón y del gobierno militar que posibilitó su encumbramiento no han señalado que el momento más glorioso de esa crónica ocurrió el 11 de octubre de 1945, cuando la primera colada de hierro producida en el país saltó en el alto horno de Zapla, en Jujuy.”

Farrell en el gobierno, Perón en el poder

Para beneplácito de los ciudadanos, el gobierno concretó una vieja aspiración popular interviniendo la Corporación de Transportes y cambió la mano del tránsito de modo que la Argentina dejó de ser uno de los pocos países del mundo que conservaban el tránsito por la izquierda. A fin de modernizar la persecución del delito y afiatar de paso otros mecanismos, se creó además la Policía Federal. Resultó especialmente significativo, además, el conflicto suscitado alrededor de la Compañía Argentina de Electricidad: la comisión Investigadora de los negociados, presidida por el coronel retirado Matías Rodríguez Conde elaboró un informe y el 27 de mayo de 1944 propuso al presidente “recuperar para el Estado los bienes mal habidos por la Cade”.

No todas eran rosas, claro, y el “estado de bienestar” que se pregonaba para la posguerra se abonaba con censura y represión a los opositores. Se dicta la clausura “por tiempo indeterminado” de las ediciones de La Vanguardia, el periódico socialista, y hasta Vicente Solano Lima, hombre del conservadorismo y director del matutino El Norte, de San Nicolás -que será luego pieza clave entre los aliados al peronismo-, soporta una clausura de tres 

meses de su diario. A fines de abril de 1944, también el diario La Prensa, de Alberto Gainza Paz, sufrió una suspensión de cinco días. El clima político presentaba dos caras contrastadas que parecían replicar las de la Guerra Mundial que enfrentaba a “nazis” y “democráticos”, pero en la que era ostensible que la balanza se inclinaba ya por los Aliados que reunía a los Estados Unidos, la Unión Soviética, Inglaterra y Francia.

1945, un año clave

El 7 de mayo de 1945 el mundo celebró el fin de la guerra y la derrota del nazismo. Poco a poco se fueron conociendo más detalles del genocidio y crecería el horror al conocerse detalles -y publicarse fotos- sobre los campos de concentración, las cámaras de gas y otras formas de exterminio masivo realizadas por los nazis. Contra la creencia de la mayoría de la gente, de que se iniciaría un período de paz y concordia, el mundo asistiría, azorado, a otra muestra de barbarie sacude la conciencia de la humanidad cuando Estados Unidos, para forzar la rendición de Japón, los días 6 y 9 de agosto de 1945, arroja sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, provocando cerca de 150 mil muertos y más de doscientos mil heridos y damnificados y arrasando más de diez kilómetros cuadrados de terreno.

El desarrollo de estos acontecimientos -locales e internacionales- polarizaron las opiniones en la Argentina. Luna destaca que “en 1945 la división de los argentinos fue abrupta y la incomunicación de los dos frentes de lucha tuvo características totales”. La fuerza de los hechos mundiales -y la habilidad de Perón- fracturan también a los partidos tradicionales y 

se producen desprendimientos en el radicalismo y el conservadorismo. En el radicalismo se forma la UCR Junta Renovadora, un pequeño grupo que el líder usa como ariete en el partido de Yrigoyen y de fuentes conservadoras de la provincia de Buenos Aires nace el Partido Independiente, de donde provienen figuras clave del peronismo como José Emilio Visca, Manuel Fresco, Jerónimo Remorino, el contraalmirante Alberto Tesaire y Héctor Cámpora.

El 2 de agosto el radical correntino J. Hortensio Quijano aceptó hacerse cargo del Ministerio del Interior. Una de las primeras medidas del nuevo ministro fue levantar el estado de Sitio que regía, sin solución de continuidad, desde diciembre de 1945. El dique de contención abrió sus compuertas. Pero las medidas de “justicia social” polarizan las posiciones: para la Unión Democrática no son sino avances “naziperonistas”, demagógicos y corporativistas. Reuniendo fuerzas los “democráticos” organizan la “Marcha de la Constitución y la libertad” y el 9 de septiembre logran movilizar cerca de doscientas mil personas que desfilan desde Congreso hasta Plaza Francia. Los carteles y cánticos se centran en Perón: “El nazi de ayer no puede ser el demócrata de hoy” y los organizadores convocan a luchar “contra el fraude, el nazismo y el colaboracionismo”.

La concurrencia multitudinaria vence al paro de boicot de los gremios del transporte: “Con tranvía o sin tranvía, Perón está en la vía”. Cualquier analista imparcial hubiera sospechado que los organizadores de la marcha -socialistas, radicales y conservadores- triunfarían y que Perón caería junto con el incontenible avance aliado en la guerra. Y desde septiembre los acontecimientos se precipitaron. El “Manifiesto de la Industria y del Comercio” unifica el

discurso de amplios sectores patronales opuestos a la política de Perón. El diplomático estadounidense Spruille Braden se ufana de que “La voz de la libertad se hace oír en esta tierra y no creo que nadie logre ahogarla. ¡La oiré yo en Washington, con la misma claridad que en Buenos Aires!” y el Partido Comunista llama a “batir al naziperonismo”.

El 23 de septiembre la Marina dio a conocer una proclama contra Perón y dos días después se produjo un alzamiento militar contra el gobierno. La muerte de un estudiante en refriegas callejeras tensa aún más la situación y el 8 de octubre se da a conocer un comunicado que anuncia la renuncia de Perón a sus tres cargos. El coronel, que aparecía como principal enemigo del retorno a la democracia, había perdido la confianza de buena parte de la oficialidad y el general Eduardo Ávalos, cabeza de Campo de Mayo, exigió a Farrell que lo despidiera. El día que Perón cumplía exactamente cincuenta años, firmó obedientemente la dimisión a sus cargos y se dirigió a su departamento donde lo esperaba su compañera Evita.

Juan Domingo Perón, preso, será trasladado a la isla Martín García pero pocos días después, los sectores obreros manifestarán en las calles su solidaridad con el “líder” y el 17 de octubre tomarán por asalto la Plaza de Mayo. Al grito de “queremos a Perón” obtendrán su libertad y Farrell, definitivamente, entregó el poder en forma definitiva.

En esa jornada el país dio un giro histórico. En febrero del año siguiente Perón ganará limpiamente las elecciones y en junio asumirá como legítimo presidente de la nación. Pasaron ya setenta años de ese día; su sombra política aún perdura con fuerza…

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