Jueves 28 de Marzo de 2024

  • 21º

9 de octubre de 2016

Rafael Emilio Santiago

"Añoro aquellos años de mi infancia y adolescencia en el White preindustrial”

 Periodista icónico de LU2, Rafael Emilio Santiago empezó su carrera en 1964. Nació en White el 7 de septiembre de 1942. Hijo de un ferroviario socialista, creció y soñó frente al mar. Y fue marino. Hoy, su lugar en el mundo está en el barrio Patagonia Norte junto a su fiel escudera, Isabel. Con 6 Juegos Olímpicos y 5 Mundiales de fútbol sobre sus espaldas, atesora un montón de recuerdos. La mayoría gratos. Algunos, inolvidables.

Sudáfrica, julio de 2010.

Larguísimo trayecto desde Pretoria a Ciudad del Cabo, para lo que sería un 4 a 0 inapelable de Alemania sobre Argentina.

Messi, Maradona... Los dos astros ya habían pasado por los flashes del Negro.

De pronto, y tras cientos de kilómetros de paisaje anodino, el escenario se convierte. Ahora atrapa con sus colores, viñedos, ondulaciones. Con esos trabajadores encorvados de piel increíblemente negra bajo el sol tenue, pero aún brillante del atardecer africano.

Y la maravilla de escuchar a ese hombre, despojado de presiones, contándolo todo. Abierto a esa técnica narrativa que marcó una época radial. A sus ocurrencias. Al ingenio e inspiración que lo tornaron único. Irrepetible.

***

Pasaron poco más de cuatro años desde el último Equilibrio. Y aún Bahía y la región lo extrañan. Más allá de sus apariciones en Panorama y cada martes, a las 21, en ese espacio bien futbolero llamado Tres en el Fondo.

-Después de tanta trascendencia, ¿cómo maneja, hoy en día, el Negro Santiago los momentos de ocio?

-No tenés demasiada obligación horaria, pero tampoco la velocidad de antes. Tenés que ocuparte más de la salud, con momentos agradables generalmente relacionados a los nietos. Y la tranquilidad de acostarte sin pensar en que algo te va a urgir al otro día. La desaceleración del trabajo es todo un tema. Hoy despunto el vicio junto a amigos, con apariciones esporádicas en la radio.

-¿El retiro a veces no llega en el momento justo?

-El plazo de la jubilación, a los 65 años, es el justo, por más que desde el punto de vista de la sociedad moderna, de los avances de la medicina, el rendimiento de la gente permita extender ciertos límites. Cuando era chico la gente se retiraba a los 55 años. Y se retiraba en serio.

-Hablás de gente que se asumía como muy mayor por entonces.

-Sí, claro. Mirá fotos de hace 50 o más años. ¡La gente no se reía! ¿Lo notaste? Era toda gente de aspecto severo, quizás porque la foto era un acontecimiento especial, un acto que iba a quedar para la posteridad. Ciertamente las personas envejecían antes.

“La expectativa de vida creció y de manera grata. Especialmente en las mujeres. Hoy, una mujer a los 50 años está en su plenitud. Antes era una abuela. Arrastraba los pies. De todas maneras no es igual el entusiasmo a los 50 que a los 60 o a los 70 años”.

-Veo a gente de tu edad que sigue dando qué hablar...

-Bueno, me doy cuenta que la gente que admiro ya anda por los 80. Clint Eastwood, Woody Allen, ciertos músicos. El otro día, toqueteando el control remoto, me encontré con que estaba cantando Ornella Vanoni. ¡82 años! Y vos la ves, bien puestita, con excelente voz.

“Y es imposible no caer en Mirtha Legrand, que se convirtió en una especie de Juana de Arco... ¡No se le anima nadie! Y tiene 90 años, además de algo que no se compra en la farmacia. ¡Señorío!

-¿Los años dan profundidad? Porque en ella, más allá de uno estar de acuerdo o no con sus razonamientos, se nota un tránsito hacia situaciones menos banales.

-Hay que llevarse bien con el almanaque y entender que existen edades para todo. En nuestro trabajo, por ejemplo, tendríamos que irnos un año antes y no uno después. No a partir de una imposición, sino de una elección personal. No tener que andar hurgando en búsqueda del adjetivo y el verbo justo y no poder encontrarlo.

-¿Estás hablando de vos? De ser así, lo disimulas muy bien. ¿Por qué mortificarte tanto con eso?

-Sabés qué pasa, he visto casos que sí me han mortificado y me han dado dolor ajeno, de gente que debió irse a tiempo y no lo hizo. Y la verdad, yo siempre le temí a la decadencia.

“¡Mirá, mirá, mirá...! (aparece Emilio, el “vándalo” de 4 añitos). ¿Qué pasa? Este es un forajido (ríe con ganas)”.

-Y me parece que te saca lo que quiere... Negro, siempre evocas tus tiempos de marino. Hasta se te iluminan los ojos cuando lo haces.

-Era un pibe. Y era otro mundo. Hoy todos sabemos de todo con la globalización. De pronto conocemos más nosotros de lo que sucede con las FARC en Colombia que los propios colombianos. Antes eso era imposible. Y bueno, embarcarme era una manera de insertarme en otras vivencias. En realidad yo quería ser oficial de la Marina Mercante y no me dio la base de estudios. Por otra parte me vieron medio morochito y dijeron: “éste, no”.

“La verdad es que hay un tema muy fuerte con aquella etapa de mi vida. Era aquello o ser hogareño. Y a mi me gustaban las dos cosas”.

-Viviste de cerca un hecho histórico a bordo del “Rosales” (una hermosa maqueta del buque luce en el quincho de su casa). Me refiero al bloqueo a Cuba de 1961, ordenado por John Kennedy.

“Sí, estuve ahí y muy mal informado sobre lo que realmente sucedía. La situación estaba espesa y lo sabíamos, pero con las noticias de entonces. Fragmentadas, masticadas. Nada que ver con lo que sucede ahora. Fijate que cuarenta años después vimos en vivo y en directo los atentados a las Torres Gemelas. Cómo el segundo avión se aproximaba hasta estrellarse en una de las torres.

“Cuando cubrí el Mundial de los Estados Unidos, en el `94, estuve en el depósito de libros desde donde, supuestamente, Lee Oswald le disparó a Kennedy, en un sexto piso. Hay todo un armado de lo que ocurrió, nada que ver con el informe Warren ni con la historia oficial, con imágenes, filmaciones de aficionados y situaciones posteriores al hecho. O sea, otra época”.

-¿Cómo te llevás con las redes sociales?

-No me llevo. Ni Facebook, ni Twitter... Yo me quedé en el e-mail. Reconozco que son maravillosas, pero yo, al menos, no las necesito.

-¿La radio sigue seduciendo como aquellos tiempos en que la ciudad se paraba para escuchar “Equilibrio”?

-En lo personal, no me puedo dormir sin escuchar el boletín. Un acto instintivo es levantarme a la mañana y encender la radio para informarme. Es un hábito que también se propaga en otros momentos del día.

-¿Y se puede saber qué hacés hoy en día a las 11 menos diez?

-Ando por ahí con Isabel (su mujer desde hace 53 años). Ya ni me doy cuenta.

-Tras tu retiro, digamos, del día a día de LU2, tuviste una avalancha de homenajes. La verdad, te noté incómodo. ¿Los disfrutaste?

-No los esperaba, pero aquello fue hermoso. Sucede que uno tiene un cierto recato. Por allí cuando alguien deja su profesión tendemos a idealizarlo. Pasa en el fútbol. El que mejor juega es ese que faltó justo el último partido. Y el que se retiró ya no erra un pase nunca más. Es así. El que rinde examen todos los días, como con nuestro trabajo, comete sus errores. Está siendo observado, examinado. Y también existe eso del acostumbramiento. A una voz, a una pluma. Tiene que ver con una idealización.

-¿Y qué pasa con esos pequeños homenajes que surgen en la calle, en el supermercado, con gente que añora aquellas ocurrencias del Negro Santiago?

-Yo le doy un enorme valor al tipo que cruza la calle para darte la mano y te dice: “mire, yo era un oyente suyo y me gustaba lo que hacía”. Eso me congratula.

“Lo mismo con la gente de la zona. Vos vas a un pueblo y se acuerdan de lo que uno dijo hace quince años, te lo transmiten. Y eso, ves, sí que gratifica. Porque habla de una coherencia que uno ha tenido ante el micrófono. Una vez fui a un pueblo chiquitito, en un día muy lluvioso. Me escribió una señora disculpándose porque no había podido salir de su campo para ir a escucharme. Su actitud me conmovió.

-¿Durante tu carrera en algún momento te dasarmaste, fuiste vulnerable?

-En el Mundial de Estados Unidos, el día que debutó Argentina ante Grecia (4-0, un gol de Maradona). Arranqué la transmisión con el Nene (Víctor Hugo Morales) y el Tano Fazzini. Y la verdad, me costó. Porque nunca había trabajado con ellos. Vos me conocés, soy un tipo muy orgánico. No había un esquema establecido para llevar adelante aquella cobertura. Cuando terminamos fue como que me desplomé. Después mucha gente me llamó y me quedé más tranquilo. Las cosas habían salido bien.

Con la mente en Río, pero desde un cómodo sofá

-¿Cómo viviste los Juegos Olímpicos, esta vez no desde adentro, sino desde tu sofá?

-Te puedo asegurar que los disfruté a pleno sentado frente al televisor. Cubrir una Olímpiada es bravo, muy bravo. Por allí un Mundial de fútbol es más turístico. En los Juegos vivís atrapado. Es más complejo de cubrir. Y te encontrás con un nivel de excelencia tremendo. En todos los sentidos. Además, en estos eventos aprendés. Te codeas con los mejores, incluso en tu profesión. Ves cómo elaboran sus hipótesis, cómo explican. Algo te queda seguro. Yo siempre decía: “Hay que ver qué hacen los viejos”. Y resulta que en los últimos juegos, en Londres, yo era el más viejo de todos (sonríe con ganas).

-La irrupción de tanto periodista-showman, de contenidos flacos y debates que sólo intentan llegar al dormitorio del protagonista, ¿te supera o lo aceptas como parte del decorado?

-La declinación de nuestra profesión ya es muy evidente. Y lo que viene es aún peor. Para colmo, al menos en el mal llamado periodismo deportivo, me parece que esos protagonistas de élite que tienen buen vocabulario y saben expresarse, definitivamente nos van a pasar por arriba. Ya pasa con Javier Frana o José Luis Clerc en tenis, con Diego Latorre en fútbol o Cachito Vigil en hóckey. ¿Cómo los combatís?

-Por allí somos un gremio demasiado abierto, ¿no? Nos vamos quedando sin espacio.

-Pero fijate que quizás hasta sea justo. Si tenemos que hablar de Fórmula 1, no sabemos ni cómo hay que subir a uno de esos autos. Hay gente con mucha más idea para profundizar sobre algunas cuestiones. Y merecen ser escuchados.

Ingeniero White, siempre presente

-Fuiste una de las pocas voces que se alzó contra la contaminación en White. ¿Te duele que no haya alcanzado para que dejen de fumar tantas chimeneas juntas?

-No estoy seguro de que el mensaje haya servido de mucho. Quien más, quien menos, tiene sus intereses creados en el pueblo. El que no tiene trabajando en el Polo a un sobrino, tiene al novio de la hija. ¿Cómo hace? Yo los comprendo. Es un medio de ocupación grande. Ahora, ¿quién me asegura que no esté contaminada la ría? Son todas presunciones, que no pasan de la teoría.

“Ahora, cuando yo tomo la curva del cementerio y veo las chimeneas humeantes desde allá arriba, particularmente creo que todo eso es nocivo. Después no conozco que haya estudios serios sobre las alergias ni mediciones sobre las cosas que estamos respirando.

-¿Añorás aquel White lleno de colores, de pescar en el muelle viejo?

-Sí, porque fueron los mejores años de mi vida. Añoro aquellos años de mi infancia y adolescencia en el White preindustrial. Pero también entiendo que todo evoluciona, aunque hay evoluciones sobre las que habría que discutir un poco. Espero que no debamos arrepentirnos por este tipo de progreso.

El deporte, algo “bellamente secundario”

-Se habla, a veces, del periodismo deportivo de manera peyorativa en relación a otras especialidades de la prensa. Pero de esa franja han surgido notables periodistas, diría, más generalistas: Nelson Castro, por ejemplo. O nuestros Rubén Benítez y Ricardo Aure.

-Sí, tal cual. No se por qué esa diferenciación. Hay un Día del Periodista y otro del Periodista Deportivo, algo improcedente. El deporte es una cosa bellamente secundaria. El que investiga polución, corrupción, justicia o política sufre otro tipo de presiones. Más sutiles, pero más fuertes. Las tensiones del deporte son pasionales pero funcionales al momento. Aunque surgen temas como el de las barras que involucran a todo el periodismo.

“Si no podés contener con todo el aparato de seguridad un partido entre Racing y Gimnasia, que renuncien. Porque, además, saben todo. Quiénes son los barras y cómo se desenvuelven. Que no nos tomen por tontos. Sabemos que por allí se liberan zonas, que te piden mil efectivos para un operativo y si el club involucrado solicita 300 seguro se viene un conflicto de violencia. ¡Basta! No nos subestimen más".

La devoción por los nietos y aquel padre “simple, pero maravilloso”

Su cama matrimonial, que no es elástica, parece serlo con esos mellizos que no paran de saltar sobre ella.

Pero, más allá de algún reto de esos suaves por parte de Isabel, bien de abuela contenedora, está claro que ambos hacen lo que quieren. Quizás por ese abuelo "dominado".

No es habitual ver al Negro enternecido. Pero esos nietos que les regaló su hija Marisa, lo pueden. Tanto como los más grandotes. Los “tres” de Sebastián.

Rafael Emilio no se pierde partido de Ramiro, quien a los 17 años ya mostró su potencial y su “mano caliente” para el aro, con la camiseta de Villa Mitre.

El más chico, Pedro, de 13, juega en El Nacional. Y también promete.

A ellos, se les suma la inquieta y soñadora Morena, de 10. Un torbellino.

-¿Estás muy bien rodeado, Negro?

-De la mejor manera. Por los nietos. Buena parte de mi tiempo se lo dedico a ellos.

-¿Qué tipo de nostalgias te aparecen de vez en cuando?

-Extraño los años de plenitud física. Ir a las 24 Horas de San Blas. Recuerdo que terminaba el concurso de pesca a las 5 de la tarde y me venía a trabajar acá como si nada. Hoy, de pensarlo nomás, me desgarro.

-¿Y los miedos, Negro? ¿A qué le tenés miedo?

-Le tengo mucho miedo a quedarme solo. A la soledad. Trato de cuidarla (señala a Isabel, su mujer de toda la vida). Aunque me debería tranquilizar un poco, porque los malos viven siempre más tiempo que los buenos. Y ella es muy mala (ríe con ganas).

-¿Cuesta aceptar el paso del tiempo?

-Más que costarme, me duele. Te das cuenta cuando querés organizar algo y no podés. Antes lo hacía sin esfuerzo, y ahora no puedo. Eso te molesta.

-Si de pronto tuvieras la posibilidad de tener cinco minutos a tu Viejo, ¿cómo los aprovecharías?

-Lo abrazaría. Yo lo quise mucho a mi Viejo (Pedro Argentino). Era un hombre demasiado bueno. Le decía Señor a tipos que no lo merecían. Aparte de ferroviario, fue bombero voluntario como 50 años. Era esa gente que te daba la mano y a otra cosa. “Hecho”, decía. No había que firmar ningún papel ni decir más nada. El culto a la palabra.

“Recuerdo que en su tiempo de recién jubilado sintió el cimbronazo. Por entonces le dije: “Viejo, no querés que te compre un autito y te metés en alguna cobranza”. Me respondió: “No, yo ya trabajé. No le puedo quitar el trabajo a otro”. Caramba. ¡Y no le sobraba nada! Un tipo abierto, honesto. Un ser simple, pero maravilloso”.

Un párrafo aparte para estos protagonistas

Beto Cabrera. “Un deportista ejemplar, enorme jugador de básquetbol. Pero por sobre todo una de las mejores personas que ha producido esta ciudad. Si había alguien por encima de toda sospecha, ese era Beto. Respetado incluso por quienes fueron sus adversarios. Un grande”.

Manu Ginóbili. “Para su nivel de excelencia, es un tipo de una normalidad que asusta. Un tipo convencional, serio. No se tiñe, no se tatúa, no hace pavadas, no se emborracha, nunca está sospechado de nada. El yerno ideal. Todos esos negros grandotes de Estados Unidos que se burlaban del mundo en Río hicieron fila para abrazarlo. Yo, si era mi hijo, me largaba a llorar en ese mismo instante. Creo que en Bahía hemos sido medio mezquinos con Manu. Como es contemporáneo, no lo dimensionamos en su justa medida”.

Rubén Coleffi. “El mejor relator de básquetbol que escuché en mi vida. Tenía un ángel... Un tipo delirante, divertidísimo. Muy buen compañero de viaje. Palabra mayor”.

Héctor Gay. “Una de las dificultades que tiene, más allá de las naturales del puesto de intendente, es que fue periodista. Si hubiera sido, por ejemplo, farmacéutico, soportaría la mitad de los cuestionamientos. El criticaba situaciones inherentes a la política y hoy no puede hacerlo por una cuestión ética”.

Un lugar en el mundo. “Brasil. Me siento muy cómodo ahí. Nunca tuve problemas. Tienen buen clima, buenas playas, buenas mujeres, son atentos. Está todo bien. La frase `tudo bem' los pinta de cuerpo entero. Como ciudades, Boston y París le sacan un cuerpo a cualquiera”.

Bahía. “Me fastidia un poco el viento, pero es una ciudad en la que se puede vivir bien. Sí me preocupa la inseguridad, que se ha puesto áspera. Pero admito que es un tema afligente a nivel nacional”.

Referentes. “Me gustaban mucho las obras escritas de Tomás Eloy Martínez y tuve un profundo respeto por Martín Allica. Yo no se si sabía todo lo que transmitía, pero que vos le creías, seguro que sí. ¿Vos lo viste dibujar? Un artista. Y no solo de la palabra”.

COMPARTIR:

Comentarios

Escribir un comentario »

Aun no hay comentarios, s�� el primero en escribir uno!